¿Quien contamina paga o, quien consume paga?

miércoles, 17 de agosto de 2011


Durante los últimos años se han ido desarrollando en muchos países instrumentos económicos en materia ambiental. Dichos instrumentos parten de la idea de que es necesario, no sólo decirle a los individuos y a las empresas lo que pueden o no pueden hacer en relación al medio ambiente, sino también incentivar o desincentivar económicamente determinadas actividades o conductas con impacto sobre el medio natural.
Así, los instrumentos económicos son considerados como parte de una estrategia de control indirecto de la contaminación y la diferencia fundamental de estos con los instrumentos tradicionales de control directo (regulaciones de emisiones, de procesos, delitos ambientales, autorizaciones…) radica en que los instrumentos económicos no obligan a hacer algo o a dejar de hacer algo, sino que influyen en “el bolsillo” de la gente para que ésta adopte conductas “deseables” para con el medio ambiente o evite aquéllas “indeseables”, no porque estén prohibidas, sino porque le salen demasiado caras.
Ejemplos de instrumentos económicos en materia ambiental los encontramos desde hace tiempo en nuestro país, si bien es cierto que durante los últimos años han ganado un protagonismo desdeñable para unos y esperanzador para otros.
El pago por servicios ambientales a zonas forestales o el mecanismo de desarrollo limpio, son algunos de estos instrumentos recientemente desarrollados, al igual que los fondos o fideicomisos establecidos con fines ambientales; otros, como es el caso de los derechos o tasas, son bien conocidos por todos nosotros, especialmente la verificación vehicular obligatoria. También existen en México, desde hace tiempo, incentivos para las empresas que invierten en equipo menos contaminante.
Los economistas ambientales insten en que no es lo mismo diseñar un instrumento económico que recaiga sobre el consumidor, que hacerlo en el sentido contrario, esto es, plantearlo como subsidio o ayuda pública.
En el primero de los supuestos nos encontramos con instrumentos que se basan en la idea de que “quien contamina paga”, dicho en otras palabras, el que contamina o va a contaminar asume los costes de la prevención y el control de la contaminación; mientras que, en el segundo caso (los subsidios), es la sociedad en su conjunto la que asume el coste de las acciones para prevenir y controlar la contaminación, toda vez que el subsidio o la ayuda pública se financia con el dinero de todos, distrayendo, entonces, recursos públicos que podrían ser destinados a otros gastos quizá más prioritarios, como la salud , la enseñanza o la seguridad pública.
Por su parte, los detractores de los instrumentos basados en “quien contamina paga” señalan, a su vez, que estos generan inflación, ya que aumentan el precio final de los productos y servicios y que realmente debería hablarse de que “quien consume paga” puesto que, a mayor nivel de consumo, mayor pago.
En la Unión Europea lo tienen claro: los que contaminan (consumidores y usuarios) deben pagar proporcionalmente al número de productos que consuman; de ahí los impuestos ambientales que han diseñado, especialmente dirigidos al sector “atmósfera” y que se traducen en un fuerte encarecimiento del transporte y de todo lo que ello conlleva.
La OCDE, en esa misma línea, anima constantemente a México a eliminar gradualmente los subsidios, pero… ¿y las necesidades de los sectores menos favorecidos económicamente?

Cambio Climático: ¿una cuestión de ideología política?

martes, 9 de agosto de 2011



Durante los últimos años los aspectos relacionados con el cambio climático, especialmente sus causas y efectos, han ido ganando protagonismo en los diferentes foros y sectores de la sociedad.
Así, la preocupación por el cambio climático es, hoy, una tónica presente en la mayoría; sin embargo, durante los últimos años han ido desvelándose posturas encontradas a dichas preocupaciones y es que, si bien muchos siguen considerando alarmantes los escenarios de cambio climático a los que se enfrenta nuestro planeta, otros, al contrario, consideran que éste es parte de la normalidad en los ciclos históricos del mundo en el que vivimos y, por lo tanto, algo con lo que podemos convivir.
Estas corrientes encontradas han generado que se hayan ido desarrollando unas posturas u otras de manera, sorprendentemente, ligada a diferentes ideologías o tendencias políticas.
Frente a las evidencias científicas, prácticamente unánimes, relativas al aumento de la temperatura del planeta durante los últimos años debido a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, el punto central de discusión radica en los orígenes de dicha concentración y, por ende, en la responsabilidad e incluso culpa (para algunos) de las actividades del ser humano.
El otro gran punto de divergencia se situaría en el análisis de los efectos del cambio climático sobre el propio ser humano.
Así las cosas encontramos que, por una parte, están quienes afirman que el calentamiento del Planeta se debe, sin lugar a dudas, al crecimiento poco respetuoso con el medio ambiente de las actividades realizadas por el hombre, mientras que otros consideran que nuestra Tierra ha pasado a lo largo de su existencia por muchos cambios de temperatura: calentamientos y enfriamientos, estos últimos, por cierto, bastante más peligrosos que los primeros.
Además de lo anterior, dichas corrientes enfatizan que muchos fenómenos naturales, desde erupciones de volcanes hasta otros menos dramáticos como las normales variaciones de la radiación solar, contribuyen más al calentamiento global que todas las actividades que lleva a cabo el hombre para satisfacer sus necesidades.
Por otra parte, y ya en el terreno de las consecuencias del cambio climático, mientras que los primeros prevén el recrudecimiento de las condiciones de vida, debido a la intensificación de fenómenos metereológicos extremos, así como a los fuertes aumentos de temperatura en zonas tradicionalmente calurosas (con las correspondientes consecuencias negativas para: agricultura, ganadería, pesca, salud pública, consumos energéticos…), las otras posturas subrayan la capacidad de adaptación del ser humano, su natural inteligencia para seguir desarrollando avances que mejoren su calidad de vida y las oportunidades que el calentamiento brinda a las zonas tradicionalmente frías del Planeta.
Unas posturas y otras, entonces, toman la misma evidencia, el cambio climático, pero difieren sustancialmente en el papel que otorgan a nuestra especie tanto en sus causas como en sus efectos.
Es, precisamente, su postura frente al ser humano lo que distingue a aquéllas corrientes humanistas y más ligadas a la derecha, que consideran alarmas innecesarias y han llegado incluso a calificar de “terrorismo verde”, a las constantes expresiones de temor al cambio climático , de aquellas otras, ligadas más bien a la izquierda, en las que se enfatizan las consecuencias negativas de este fenómeno, así como la responsabilidad plena del hombre en sus causas, lo cual manifiesta nuestra falta de solidaridad, tanto para con nosotros mismos, como para con nuestro entorno natural.
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